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jueves, 17 de febrero de 2011

Capítulo 3: De camino al campamento. Conociendo gente (Parte I)

Aqui os dejo la primera parte del capítulo 3.
Espero que os guste! ^^

Comentad por favor! muchas gracias =)
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Inés se encontraba durmiendo placidamente en su confortable cama. Con la barriga apoyada en el colchón, la espalda mirando al techo, media cabeza encima de la almohada, media cabeza en el colchón y los brazos debajo de la almohada, se encontraba como entre las nubes. Hacía varias semanas ya que la molesta alarma del móvil no la despertaba a las siete de la mañana. Por eso se sentía la mar de feliz descansando en su querida camita, ya que pensaba que aquel día iba a ser como los anteriores: hasta mediodía durmiendo. Pero se percató de su error cuando los gritos de su padre le interrumpieron su descanso.
- ¡Arriba bella durmiente! - le dijo su padre mientras subía la persiana y abría de par en par la ventana para que se ventilase la habitación.
- Mmm… ¿Qué hora es? - preguntó Inés escondiéndose bajo las sabanas.
- Son las siete de la mañana. - le informó su padre.
- ¿Las siete? Estoy de vacaciones, déjame dormir anda… - le contestó Inés sin intenciones de levantarse de su cama.
- ¿Pero que no ves que vas a llegar tarde? No tenias que estar en la estación de autobuses a las ocho? - le preguntó su padre.
De repente, como si una abeja le hubiese picado en el trasero, Inés se levantó de la cama.
- ¿Qué día es hoy? - le preguntó Inés a su padre un poco confusa.
- Uno de julio. Hoy te vas de campamento un mes ¿recuerdas? - le preguntó su padre.
- Ahora me acuerdo… - contestó Inés mirando el calendario que había colgado en la pared de su habitación.
- Bueno, te doy diez minutos para que te vistas y todo eso ¿vale? Voy a preparar el desayuno - le dijo su padre mientras se iba de la habitación.
Inés empezó a quitarse el pijama y a vestirse. Unos shorts y una camisa de manga corta sencilla fue lo que se puso Inés aquel día. Después de peinarse su larga melena castaña oscura y hacerse una cola bien alta, Inés bajó a desayunar.
Mientras bajaba las escaleras un delicioso aroma a tostadas penetró en sus orificios nasales. En efecto, su olfato no la engañaba. Encima de la mesa unas tostadas con mantequilla y mermelada de albaricoque la estaban esperando. Y como no, un vaso de leche bien fresquita para acompañar no podía faltar.
Inés saboreaba cada bocado de sus tostadas disfrutándolas al máximo. Por su mente rondaba la idea de que hasta que no pasase un mes no volvería a degustar comida decente. Al tragarse el último trozo de tostada , se bebió la poca leche que quedaba en su vaso y se dirigió rápidamente a la lavarse los dientes. Justo cuándo se estaba secando la boca con la toalla, su padre le informó de que tenían que irse ya si no quería llegar tarde.
Inés escuchó el sonido de la alarma del despertador de sus padres. Su madre se acababa de despertar porque tenía que ir a trabajar a las nueve. La joven aprovechó para despedirse de ella. Después pensó que despedirse de sus hermanos y de su hermana seria comparable a meterse en una jaula con unos leones furiosos. No quería ganarse unos gritos, insultos o empujones antes de irse, así que dejo al resto de la familia descansar en paz. Al bajar las escaleras Inés vio que su padre ya estaba esperándola con las maletas. Los dos juntos metieron las maletas en el capó del coche, se metieron dentro del vehículo y emprendieron el camino hacia la parada de autobuses.
- ¿Nerviosa? - le preguntó su padre a Inés.
- No, nerviosa no creo que sea el adjetivo adecuado para describirme. Yo creo que mejor dicho estoy …preocupada. - contestó Inés.
- ¿Preocupada por qué? - le preguntó su padre sin dejar de mirar hacia delante mientras conducía el coche.
- Preocupada por la comida, por la higiene, por el sitio donde dormiré, preocupada porque no me  voy de campamento una semana sino un mes, preocupada porque estaré rodeada de bestias, preocupada por todo lo que voy a sufrir… - empezó a decir Inés.
- Oye para el carro hija. Sufrir no vas a sufrir te lo digo yo. De joven fui a varios campamentos y no veas que bien que me lo pasaba. Al principio te da un poco de vergüenza porque no conoces a la gente, pero después ves que son personas muy simpáticas y te lo pasas tan bien con ellas que no prestas atención en si te gusta o no la comida, en si duermes cómoda o incómoda … Hazme caso, te divertirás mucho Inés - le explicó su padre.
- Lo dudo mucho porque yo no soy de esas personas abiertas a quien les encanta conocer gente nueva, ir a sitios desconocidos, probar cosas diferentes y todas esas cosas, y lo sabes muy bien papá - le contestó su hija.
- Yo ya no te digo nada más. Cuando vuelvas de allí ya me contarás si tu opinión sobre el campamento es la misma o no - dijo su padre.
- Tienes razón. No será la misma. Será peor - le aclaró Inés elevando su tono de voz.
Su padre suspiró dando por finalizada la conversación con su hija y siguió conduciendo sin decir ni una palabra más.
El coche era como un ataúd para Inés, y cada metro que avanzaban era como un clavo. La joven odiaba aun más a su prima Susana. Si se hubiese quedado en Murcia en vez de haber venido a pasar un mes en su casa ahora ella estaría aún tumbada en su cama descansado sin tener que pensar en ese horrible campamento.
Transcurrieron unos cinco minutos más antes de llegar a la estación de autobuses. Desde el coche, mirando a través de la ventana, Inés pudo observar como su amiga Laura daba saltos de alegría a la vez que la saludaba enérgicamente con la mano y le dedicaba una amplia sonrisa. Se notaba que estaba realmente feliz y con muchas ganas de ir al campamento.
Inés bajó del coche y con ayuda de su padre transportó las maletas hasta el autocar. Después se dirigió al lado de Laura dejando a su padre hablando con los padres de su amiga.
- Te veo muy entusiasmada esta mañana Laura - le dijo Inés a su mejor amiga.
- ¡No te equivocas! ¡Tenia unas ganas terribles de que llegase este día! ¿Tú que tal? - le preguntó Laura a Inés.
- ¿Yo? Pues deseando que termine el campamento para volver a casa - le contestó Inés mientras se sentaba en un banco que había justo al lado.
- Pero si ni siquiera hemos subido al autocar que nos llevará al campamento… Y encima acabas de bajarte del coche y ya te has vuelto a sentar. Desde luego… ¡que poco aguante tienes chica! - dijo Laura pegando patadas y puñetazos al aire para demostrar su energía.
- Pero Laura, no puede ser posible que no veas nada negativo en esto - le dijo Inés.
- Yo no he dicho eso en ningún momento. Claro que hay cosas negativas… No podré estar con mi Manu durante un mes… - contestó Laura borrando la sonrisa de su cara.
- Uy si, debe de ser terrible… - dijo Inés irónicamente.
- No te lo puedes ni imaginar… Solo de pensarlo notó como si alguien estrangulara mi corazón… - contestó Laura sin captar la ironía de Inés.
Antes de que Inés pudiese decir algo, observó que la gente comenzaba a subir al autocar. Las dos amigas se dirigieron hacia sus padres.
- ¿Qué, como estas? – le preguntó su padre acariciándole la cabeza.
- Prefiero no contestar a eso – respondió Inés bajando la mirada.
- Como quieras. ¿Estas segura de que lo llevas todo verdad? – le preguntó.
- Sí, tranquilo, no seas como mamá – le contestó Inés mientras observaba que Laura empezaba a soltar algunas lágrimas al abrazar a su madre.
- Oye, te voy a echar mucho de menos ¿sabes? – le confesó su padre conteniendo las lágrimas.
- Papá, no nos pongamos sentimentales ¿vale? Sabes de sobra que yo también te voy a extrañar mucho pero creo que no hace falta que me ponga a llorar para que lo captes – le explicó su hija sonriendo.
- Lo sé. Ya es la hora, ya casi todo el mundo ha subido al autocar. Pásatelo bien ¿vale? – le dijo su padre mientras se despedía de su hija en voz baja y dándole un cariñoso beso en la cabeza.
- Hey, Inés, ¿vamos? El autocar se va a ir si no subimos – le anunció su amiga Laura.
- Si, voy. Bueno papá, hasta dentro de un mes. Te quiero – le dijo su hija dándole un beso en la mejilla.
- ¡Cuídate y sobretodo pásatelo bien! – se despidió su padre.
Las dos chicas subieron al autocar y cogieron sitio. Cuando se sentaron juntas, miraron por la ventana y saludaron a sus padres. La madre de Laura aún lloraba. Laura tan solo tenia los ojos un poco colorados y húmedos.
Pasados unos segundos, el autocar se puso en marcha. Las dos amigas se acomodaron en sus asientos. Aquel seria un largo viaje. Laura deseaba llegar lo antes posible al campamento. En cambio, Inés deseaba que el trayecto del autocar fuese largo, muy largo, infinito. Aunque después se lo pensó mejor y deseó que el trayecto fuese corto y que su destino fuese su casa, no el campamento. Pero aquello era totalmente imposible, por eso decidió relajarse y escuchar música.
- ¿Ya te vas a poner a escuchar música? - le preguntó Laura.
- Sí. ¿Por qué lo preguntas? - dijo Inés extrañada.
- En un autocar se escucha música cuando te esta entrando el sueñito y te propones dormirte un rato, no cuando acabas de subir y aún estas despierta y con alegría - le explicó Laura a Inés mientras le quitaba el iPod de las manos.
- ¡Tú estas despierta y con alegría! Yo tengo sueño y no estoy alegre en absoluto. ¡Te recuerdo que no voy a ese campamento por gusto! Así que devuélveme mi iPod ahora mismo Laura - le inquirió Inés a su amiga.
- ¡Que aburrida eres! Eres el aburrimiento personificado, ¡que lo sepas! - le dijo Laura.
- ¿He odio la palabra aburrimiento por aquí? - preguntó un chica que se sentaba justo delante de ellas. Aquella chica tenia la cara más graciosa que jamás hubiesen visto. Sus ojos eran del color del bronce, su nariz era pequeñita y respingona. Sus labios eran carnosos y su rostro estaba lleno de diminutas pecas del mismo color de su pelo, el cual era pelirrojo y exageradamente rizado. Desde un buen principio, a Laura ya le cayó bien.
- Sí, la has oído perfectamente. Esta chica que ves a mi lado es el aburrimiento personificado, te lo aseguro - le informó Laura señalando a Inés.
- ¿Y esta chica como se llama? - preguntó la chica del pelo rizado con intención de que fuese la misma Inés quien contestase a eso.
- Se llama Inés - le contestó Laura al darse cuenta de que Inés pasaba olímpicamente de ellas.
- Pues que sepas, Inés, que en el campamento no se aceptan personas aburridas - le informó la chica bromeando.
- Mejor para mí, así me vuelvo a mi casa, de donde jamás tuve que haber salido - dijo Inés con una cara de amargura total.
- ¡Venga no te enfades! ¡No quiero ver caras largas! Me llamo Olga - le dijo la chica del pelo rizado a Inés extendiendo su mano en modo de saludo.
- Encantada supongo… - contestó Inés dándole la mano con inseguridad.
- ¡No supongas tanto porque has hecho una nueva amiga! ¡Y lo mismo te digo a ti! - les dijo Olga a Inés y a Laura.
- Yo me llamo Laura - le dijo Laura dándole dos besos, uno en cada mejilla, a Olga.
Después de esa presentación, Olga y Laura empezaron a hablar de cómo era su vida, de su familia, de donde estudiaban, de los intereses que tenían y finalmente acabaron por hablar de chicos, un tema que les interesaba a las dos por igual.
- Yo tengo novio. Se llama Manu y es la ternura personificada… - explicó Laura entra suspiro y suspiro.
- A mi me encantan los chicos… De hecho, por la calle, en un restaurante, en el instituto, es decir, donde sea, me puedo quedar mirando descaradamente a un chico guapo todo el tiempo del mundo… Sin embargo… sin embargo nunca he tenido novio… - explicó Olga desviando la mirada hacia otra banda.
- ¿Y porque no? Pretendientes no te deben faltar… - dijo Laura un poco confusa.
- Pretendientes he tenido unos cuantos, el problema es que ninguno de ellos me ha interesado lo más mínimo… Yo no soy de aquellas chicas que van con cualquiera cada fin de semana… A mi desde siempre me ha gustado el mismo chico… Y creo que jamás dejará de gustarme por mucho tiempo que pase - confesó Olga un poco triste.
- ¿Cómo se llama? ¿Cómo es? - preguntó Laura con cierta curiosidad.
- ¿Ves aquel chico de allí? El de la camisa naranja. Es él - le dijo Olga señalando a un chico que había cuatro asientos por detrás de ella.
- Ah, ya le veo. Perdona que te diga, pero el chico no es nada del otro mundo… - le comentó Laura un poco decepcionada.
- Lo sé. Pero es un persona fantástica. Me encanta como es, su manera de actuar, su forma de reír, de alegrar a las personas… me encanta su aspecto aniñado… me encanta todo su ser… - le confesó Olga mirando fijamente al chico.
- Vaya…¡Es cierto que estas realmente enamorada! - dijo Laura sonriendo - ¿Y cómo se llama? - preguntó Laura mirando de nuevo al chico.
- Se llama Oscar. Siempre hemos sido vecinos. Nuestras familias siempre lo hacían todo juntas. Íbamos al mismo colegio. Y bueno, yo no quería acabar el colegio porque sabia que iríamos a institutos diferentes, pero por suerte al final vamos al mismo y a la misma clase - informó Olga.
- ¿Y él que siente por ti? - le preguntó Laura seriamente.
- Pues nada - dijo Olga sonriendo con amargura - Él nunca ha tenido novia, pero sé perfectamente que él tan solo me ve como a una hermana… - aclaró Olga con tristeza.
- No te voy a mentir. Tu le conoces mejor, así que quizás tengas razón. Como desde bien pequeños habéis estado juntos, es normal que quizás te vea como una hermana. Pero por otra parte, al conocerte tanto, al haber compartido tantas cosas contigo, llegue a la conclusión de que sois perfectos el uno para el otro - dijo Laura haciéndose un lío ella sola.
- Lo dudo mucho. Da igual, ya me he hecho a la idea que jamás llegaremos a nada. Es curioso… Nos acabamos de conocer y parece que seamos amigas de toda la vida. Me sorprende la facilidad con la que se puede hablar contigo Laura - le comentó Olga a su nueva amiga.
- Me pasa lo mismo. ¡Con pocas personas había hablado de tantas cosas con tal facilidad! - contestó Laura sonriendo con alegría.
- ¡¿Oye y tu que Inés?! ¿Qué tal con los chicos? ¡Seguro que con lo guapa que eres tienes un montón de chicos a tus pies! - le dijo Olga guiñándole un ojo.
- No me hables de mierda por favor. No quiero que se me revuelva el estomago en el autocar - le soltó Inés bruscamente.
- ¿Mierda? - preguntó Olga sorprendida.
- Sí. He dicho mierda para nombrar a los chicos. Al fin y al cabo mierda es lo que son todos ellos - dijo Inés sin cortarse un pelo.
- Oye, estoy de acuerdo en que hay algunos que son lo que tu dices, pero hay muchos otros que son todo lo contrario Inés - explicó Olga pensando en Oscar.
- Te equivocas Olga. Todos son iguales. No te fíes de ninguno, te lo digo por tu bien - le aconsejó Inés seriamente.
Antes de que Olga pudiese decir algo más, una monitora anunció que iban a parar veinte minutos para estirar las piernas, ir al baño etc.
Olga tuvo que despertar a la compañera que tenia al lado, la cual se había quedado dormida solo subir al autocar.
- Se llama Lorena. Va mi clase - les informó Olga a sus dos nuevas amigas.
Las cuatro chicas bajaron del autocar una detrás de otra.

sábado, 12 de febrero de 2011

Capítulo 2 : Recuerdos (Parte II)

¡¡Hola!! Aquí os dejo la segunda y última parte del capítulo numero 2. Empieza la acción...
Espero que os guste!!
Comentad expresando vuestra opinión por favor =)
Muchisimas gracias ^^
Espero que disfruteis con la lectura!
Mañana, primera parte de capitulo 3!! =D
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Sin perder ni un segundo, todos juntos entraron corriendo dentro de la casa. La puerta del salón estaba cerrada, pero como era translúcida, se podía ver que la televisión estaba encendida, aunque a muy bajo volumen de sonido. No se sentía ningún sonido fuera de lo normal. Nada de gritos ni de golpes. Inés estaba muy contenta de que su hermana estuviese bien, aún. Pero eso era lo que ella pensaba. Al abrir la puerta del salón, todos observaron una escena que les traumatizó. Raúl, el novio de Sonia, estaba sentado en el reposabrazos del sofá, mirando fijamente hacia una ventana. Estaba acurrucado, y con los brazos se cogía fuertemente las piernas. A su lado, tirada en el suelo, encima de una alfombra beige, estaba Sonia. Pero aquella alfombra ya no era totalmente beige, sino que estaba roja, bañada en un considerable charco de sangre. Sonia tenía los ojos cerrados. Su cara estaba prácticamente desfigurada. Su ropa, desgarrada. La parte de piel que llevaba al descubierto estaba llena de arañazos. El pelo estaba revuelto. Una imagen totalmente espantosa. Cada uno reaccionó como pudo. Inés se puso a gritar desesperadamente, mientras se encogía en el suelo, a la vez que se le escapaban lágrimas y más lágrimas. La madre de Inés, empezó a insultar a Raúl, y se preparó para pegarle una paliza.
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡ Sucio asqueroso!!!!!!!! ¡¡¡¡¡¡Maltratador de mierda!!!! ¡¡¡¡¡Te voy a reventar vivo!!!! - gritó la madre llena de rabia y sin poder controlarse.
- ¡Úrsula, Úrsula! Tranquilízate. ¡No le hagas nada al muchacho, será peor! Si le haces sangre la policía también te detendrá a ti, ¡sé razonable! - le dijo su marido a la vez que la agarraba fuertemente de la cintura para que no se escapase. La madre pataleaba bruscamente intentando desprenderse de su marido a la vez que seguía insultando a Raúl. Al escuchar a su marido se calmo un poco.
- ¡Aún tiene pulso! Llamad a una ambulancia, ¡deprisa! No hay tiempo que perder - gritó la madre de Raúl, la cual es enfermera.
El padre de Raúl fue corriendo a coger un teléfono y llamó a la ambulancia. La madre de Inés, fue a abrazar a su hija mediana, la cual seguía llorando exasperadamente. Por su parte, el padre Inés se acerco a Raúl.
- Tú, escúchame pedazo de bestia. No te mato aquí y ahora porque me meterían en la cárcel, pero quiero que sepas que mi hermano es uno de los mejores abogados de la comarca, y que se te va a caer el pelo, miserable - le informó Francisco, el padre de Sonia, intentando contener toda la rabia que tenia acumulada en su interior.
La madre de Raúl se acercó a su hijo, el cual aún no había dicho nada.
- No te entiendo. De verdad que lo intento, pero no lo entiendo. No sé qué hemos hecho mal para que te comportes así. ¿Tan mal te hemos educado? - le dijo su madre sin aún creer la bestialidad que había cometido su hijo y empezando a soltar algunas lágrimas.
- No habéis hecho nada. Vosotros no. Ha sido esa guarra. Ha visto una simple foto en la que salimos la Vane y yo dándonos un insignificante morreo y la guarra esta de Sonia me ha dicho que cortaba conmigo, pero ella no entiende que es mía, y que a mí no me puede dejar - explicó Raúl sin apartar ni un solo momento la mirada de la ventana.
- ¿Guarra? Perdóname hijo, pero aquí los únicos guarros que hay sois Vanesa y tú. Y que sepas que como madre me cuesta mucho decirte esto. No sé de dónde has sacado esa horrible mentalidad - dijo la madre horrorizada por las palabras de su hijo. La pobre no podía contener las lágrimas.
- Su pulso cada vez es más débil. Ha perdido muchísima sangre - informó la madre de Raúl, la cual había dejado a su hijo de banda, y había ido a ver como estaba Sonia.
- ¡¡¡¡¡¡¡¡¡Nooooooo!!!!!!! ¡¡¡¡No te puedes morir!!!! - gritó Inés mientras abrazaba a su hermana, casi ya sin vida. La camisa, el pantalón y la cara de Inés se estaban cubriendo cada vez más de la sangre de Sonia, pero ella a medida que pasaba el tiempo, la abrazaba más y más fuerte.
Francisco y Úrsula estaban abrazados llorando desconsoladamente al ver a Sonia en ese estado. El padre de Raúl no podía ni mirar a la cara su hijo. No le reconocía. No se atrevía a dirigirle la palabra. Jamás se hubiese imaginado que le tocaría vivir semejante situación. Muchas preguntas le rondaban por la cabeza en aquel momento. ¿Es esto real? ¿Es un sueño? ¿En verdad mi hijo ha hecho esto? ¿Quién le ha transmitido esa mentalidad? ¿Cómo debe actuar un padre frente una situación tan complicada como esta? ¿He de decirle algo?…
- La ambulancia no tardará en llegar. El hospital esta cerca de aquí. Y la policía también debe de estar al caer - dijo el padre de Raúl después de observar que era totalmente incapaz de resolver aquellas preguntas.
- ¡¡ ¿Policía?!! Yo no puedo ir a la cárcel. ¡¡Soy muy joven, y estoy estudiando!! - gritó Raúl muy asustado al oír a su padre.
- ¿Y eso que más da? Tienes diecinueve años. Ya tienes edad para ir a la cárcel. ¡Y ya te he dicho que me encargaré de que te caigan el mayor número de años posibles! - dijo Francisco.
- ¡Una mierda! - gritó Raúl realmente aterrorizado.
En ese momento oyeron la sirena de la ambulancia. Úrsula fue rápidamente a abrir la puerta. Venían un chico y una chica jóvenes con una camilla.
- ¡Rápido, rápido! - gritó el chico.
Dejaron la camilla en el suelo y cogieron a Sonia entre los dos, dejándola encima de la camilla. Mientras hacían todo eso, llegó la policía.
- ¡Déjenme ir con ella! - gritó Úrsula.
- ¡Yo también voy! Soy enfermera. A lo mejor puedo de ser de alguna utilidad - dijo la madre de Raúl.
- De acuerdo, vengan ustedes dos - les dijo la chica.
- Mamá, ¡yo también quiero ir! - exigió Inés llorando aún.
- No podemos ir tantos en la ambulancia. Tú quédate aquí con papá ¿vale? - le dijo su madre dándole un cariñoso beso en la frente.
Antes de que Inés pudiese decir algo, su madre se fue detrás de los dos jóvenes junto con la madre de Raúl. Lo malo fue que el chico de la ambulancia dijo un comentario en voz baja que Inés pudo escuchar y que no le gustó ni pizca. “Está en un estado muy grave. Si llega al hospital con vida tendrá mucha suerte” dijo el chico.  La chica le dio la razón.
En cuanto se llevaron a Sonia en ambulancia, entraron los policías en la casa.
- ¿Qué ha pasado aquí exactamente? - preguntó un policía.
- Ese muchacho de ahí, ha dejado medio muerta a mi hija, en resumen - dijo el padre de Inés con rabia.
- Perfecto. De momento arrestadlo. - les ordenó el policía a sus otros dos compañeros - ¿si es tan amable me podría acompañar y me explica cada detalle de lo ocurrido? - le preguntó el policía a Francisco.
- Claro. Lo que usted mande - respondió Francisco.
- ¡Soltadme inútiles! - les gritó Raúl a los otros dos policías mientras les empujaba para que no le arrestasen.
- Muchacho, insultar y pegar a un policía es considerada una falta grave. Yo de ti no me buscaría más problemas de los que ya tienes, así que para y sube al coche de policía.
Los otros dos policías decidieron usar la fuerza si es necesario para arrestar a Raúl, pero éste sacó un hacha de debajo del reposabrazos del sofá.
- Si os acercáis os decapito - les amenazó Raúl.
- Eso se arregla fácil - le dijo un policía sacando su pistola aunque sin intención de usarla.
- Eso también se arregla fácil. Si te acercas, me mato. - les dijo Raúl sonriendo maléficamente.
Los policías se miraron unos a otros sin saber cómo actuar. Optaron por dialogar, intentar convencerle de que matarse no era la solución, aunque fuese a base de mentiras.
- Oye muchacho, tranquilízate. ¿Se puede saber que conseguirías matándote? Sé razonable. No actúes sin pensar antes en las consecuencias. Si no pones resistencia y vienes con nosotros, no todo será como tú te piensas, los psicólogos te ayudarán con tu problema. Aún tienes toda una vida por delante - intentó convencerle el policía haciendo de su  futuro una historia menos cruel.
- ¿Te piensas que soy gilipollas o algo? ¿En serio crees que me voy a creer esa historia? A mí no me engañas. ¡Vete a la mierda! - gritó Raúl a la vez que cogía velozmente el hacha con las dos manos para darse en la cabeza y matarse.
Inés ya no podía soportar más aquella situación, así que se refugió en los brazos de su padre cerrando fuertemente los ojos y llorando sin cesar.
- ¡¡¡No lo hagas!!! - gritaron casi todos a la vez.
El policía que minutos antes había sacado la pistola sin intenciones de usarla, la usó. Fue un acto instantáneo. El policía le disparó expresamente a Raúl en el brazo derecho, de manera que al chico se le cayó el hacha de las manos. Otro de los policías se lanzó contra el suelo para coger el hacha antes de que lo hiciese Raúl, quien estaba estirado en el sofá gritando de dolor. El muchacho, al ver que ya no podía defenderse con nada, se sintió confuso. Tenía mucho miedo. Estaba desesperado. Finalmente, se levantó del sofá y corrió hacia la ventana. Todos los presentes allí ya sabían que es lo que se proponía Raúl. Tenía pensado tirarse por la ventana. Los policías no se atrevían a disparar por si moría desangrado. Uno de ellos corrió detrás de Raúl para evitar que se matase. Cuando Raúl ya estaba en la barandilla, un policía se decidió a dispararle en la pierna. Le disparó, le dio y Raúl gritó, cayó de rodillas al suelo, volvió a levantarse y continuó su camino hacia la ventana. Cuando Raúl sacó la mayor parte de su cuerpo por la ventana, el policía que le había perseguido le agarró del brazo izquierdo antes de que cayese. La distancia que había hasta el suelo, al ser una casa normalita, no era muy grande. Si caía quizás podía salvarse. El policía agarraba muy fuerte a Raúl para que no cayese. Los demás intentaron ayudarle, pero fue en vano, porque Raúl se sacudía para que le dejara caer, y finalmente, al morderle la mano bruscamente al policía haciéndole sangre, éste perdió la fuerza y no pudo aguantar más al muchacho. Finalmente, Raúl cayó. Rápidamente todos juntos bajaron a ayudar a Raúl. Podría ser que aún viviese. El padre del joven estaba traumatizado. En ese momento estaba en un estado de ausencia total. Era como si se hubiese transformado en un muñeco.  Por más que corrieron, fue inútil. Al caer, Raúl se había desnucado y había muerto. Ya no podían hacer nada.
El padre de Raúl no pudo contener las lágrimas. Llamaron a los forenses para que recogiesen el cadáver. Ni Inés ni nadie olvidarían ese día. Cuando se llevaron a Raúl, el padre de éste, Francisco e Inés fueron corriendo al hospital. Al verles, Úrsula fue corriendo a abrazar a su marido y a su hija.
-¡Está viva! - les informó entre lágrima y lágrima.
Inés y su padre estaban sin palabras. Inés estaba que no cabía en sí de contenta.
- Nos han dicho que está en un estado muy grave. De momento está en coma. Parece estable, pero no nos podemos fiar. Puede que en cualquier momento recaiga - les explicó Úrsula lo más sinceramente posible.
En ese momento llegó la madre de Raúl y abrazó a su marido.
- ¿Cómo ha acabado todo? ¿Cómo es que no has ido a acompañar a Raúl? ¿Se lo han llevado ya a la comisaría? - preguntó la madre impaciente.
El padre no sabía cómo contarle la dura noticia. Por la cara que puso, la madre supo que nada bueno podría haber pasado.
- ¡Cuéntame que es lo que ha ocurrido! ¡Quiero la verdad, sea lo que sea! - inquirió la madre sacudiendo a su marido.
- Está bien. Te lo contaré todo - el padre le explicó todo lo sucedido a su esposa.
- No puede ser verdad… - consiguió decir la madre llorando desconsoladamente mientras hacía un gran esfuerzo por mantenerse en pie.
Todos estaban totalmente destrozados.
Pasaron tres días antes de que el médico comunicase a la familia de Sonia que su hija ya estaba fuera de peligro. Podían descartar la idea de que Sonia muriese. Aquello supuso un gran alivio para toda la familia. Solo había un problema: Sonia llevaba en coma desde el día en el que recibió aquella paliza, y aún no había despertado.
- Mamá, dime la verdad. No tienes por qué mentirme. Ya tengo doce años. Sé sincera. ¿Se va a quedar Sonia así para siempre? - le preguntó Inés a su madre muy preocupada.
- Si te soy sincera, no lo sé. Hay infinitas cosas que podrían pasar. Puede que se despierte justo ahora. O puede que mañana. O quizás de aquí un mes. O podría ser que no despertase nunca… - dijo su madre intentando ocultar la enorme tristeza que la invadía en ese momento.
- ¿Es eso cierto? ¿Puede que no despierte nunca? - le preguntó Inés mientras unas cuantas lágrimas le caían de los ojos inconscientemente.
- Es muy difícil. Pero podría pasar. Esperemos que no. Esperemos que se despierte muy pronto - contestó su madre abrazando fuertemente a su hija.
La pobre Inés cada día después del colegio iba directa al hospital a ver a su hermana. Aunque sabía que Sonia no la podía escuchar, ella le hablaba. Le contaba lo que había hecho durante el día y le daba muchos ánimos para que se recuperase pronto. A pesar de que pasaban los días y los días y Sonia no abría los ojos, Inés nunca dejó de lado la esperanza de que su hermana se despertase. Por ese motivo, cada día que iba a verla, entraba con una amplia sonrisa en la habitación por si su hermana se despertaba. No quería que la viese triste. 
Dos semanas después, Sonia se despertó.

viernes, 11 de febrero de 2011

Capítulo : Recuerdos (Parte I)

¡¡Hola de nuevo queridos lector@s!! Como dije ayer, aquí tenéis la primera parte del segundo capítulo de "Y entonces llegaste tú". En este capítulo hay más acción que en el primero, el cual es tranquilo y un pelín soso. Pero tenéis que comprender que era más bien un capitulo de presentación, para que conozcáis un poco a los personajes. Espero que os guste la primera parte del capítulo 2 y que disfrutéis leyendo!! ^^
Y sobretodo, comentad por favor! Muchas gracias =D
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Capítulo 2 - Recuerdos.
La jovencita Inés se encontraba en la mesa, cenando, junto a su madre, su padre y sus dos hermanitos. Inés llevaba unos diez minutos mirando fijamente su plato con cara de asco. Odiaba las judías verdes con patatas. No las podía ni ver, ni oler, ni comer, aunque su madre le obligaba a hacerlo siempre.
- Inés, haz el favor de comer de una vez. No te lo vuelvo a repetir - le obligó su madre mientras le llenaba el vaso de vino a su marido.
- Es que no puedo más… I no me gusta nada, está pastoso y tiene muy mal gusto - se defendió Inés aplastando una patata con su tenedor.
- Si dejases de marranear la comida… Venga va, que no has comido nada. Come aunque sea este trocito de aquí… - le animó su madre mientras seleccionaba una parte de la comida del plato de su hija para que se lo comiese.
Inés sopló fuertemente en modo de queja, removió un poco su comida con el tenedor, pinchó una judía, la olfateo, y finalmente dejó caer su tenedor en el plato. Después, se cruzó de brazos dispuesta a dar por finalizada su cena.
- ¡Inés! ¡Madre mía, que pareces que seas más pequeña que tus hermanos, que tienen seis años! Haz el favor de comer un poco - le volvió a repetir su madre perdiendo un poco los nervios.
- Tampoco soy tan mayor… Tan solo tengo doce años, déjame acabar de disfrutar de mi infancia al menos… - se quejó Inés.
- ¿Y te parecen pocos doce años? Yo con tu edad limpiaba la casa enterita, fregaba los platos, barría el suelo, intentaba ayudar a mi madre en la cocina, ordeñaba a las cabras, daba de comer a las gallinas, limpiaba el corral… - empezó a decir su madre.
- Que sí, que sí, que me da igual. Esa era tu vida. Esos eran tus tiempos. Ahora las cosas han cambiada mamá. Actualízate ¿no? - le contestó Inés muy descaradamente.
- ¿Se puede saber que tono de voz es ese señorita? A mí no me hables jamás de esa forma, te lo advierto Inés - se mosqueó su madre al ver que su hija se comportaba sin educación alguna.
- Pues es tu culpa. Tú me has educado - le dijo Inés sonriendo pensando que había ganado la batalla con esa frase.
- Esto no te lo permito. Vete a tu habitación ahora mismo, no quiero verte más - le dijo su madre muy disgustada con el comentario de su hija.
Inés se dio cuenta de que se había pasado de la raya, y mucho. Se sentía fatal por lo que le había dicho a su madre, y tan solo quería volver atrás en el tiempo, comerse las judías verdes con patatas y evitar aquella tonta discusión. Intentaba buscar las palabras exactas para disculparse, pero no sabía bien bien lo que tenía que decir. Cuando iba a decir algo, miró a su padre, que le hacía señas de que se fuese a su habitación, ya que su madre estaba muy triste por lo que acababa de ocurrir.
Inés comprendió que debía dejar pasar el tiempo para disculparse, así que cogió su plato, lo dejó al lado del fregadero, y en silencio salió de la cocina. Al cerrar la puerta de la cocina, la puerta de la calle se abrió de golpe. Era su hermana Sonia. Sonia cerró la puerta de un portazo y subió corriendo a su habitación ignorando a su hermana Inés, que estaba justo delante de ella.
Aunque Sonia intentaba ocultar su rostro, Inés se percató de que su hermana mayor estaba llorando. Ella no tenía mucha experiencia en esto de consolar a la gente, pero sabía que debía intentar consolar a Sonia. Quizás si le explicaba que ella tampoco había tenido un día muy bueno por la discusión con su madre, Sonia vería que Inés la entendía. Pero Inés no se imaginaba la causa de la gran tristeza de su hermana. Lo único que le vino a la cabeza fue que quizás se había peleado con sus amigas, o, lo más seguro, con su novio Raúl. Aunque ese hecho le extrañaba un poco, ya que durante todo el año que llevaban saliendo juntos, siempre se habían llevado la mar de bien; jamás se habían peleado seriamente.
Dicho y hecho, Inés picó la puerta de la habitación de su hermana y la abrió un poquito sin haber obtenido respuesta alguna. Al asomar la cabeza, Inés observó que Sonia estaba estirada en su cama, apoyando su rostro contra un cojín fuertemente, evitando que se escuchasen sus llantos. Inés se decidió a decir algo.
- Oye, ¿estás bien? Bueno, ya veo que no… ¿Qué te ocurre? - le preguntó Inés mientras abría más la puerta dispuesta a entrar.
- ¡¿Y a ti que importa?!¡Vete! - le gritó su hermana sin mostrar su rostro en ningún momento.
- Pues me importa, y mucho, porque soy tu hermana, y no me voy a ir hasta que me cuentes que te ocurre - le contestó Inés sin intenciones de irse.
- ¡¡¡He dicho que te marches!!! ¡¡¡Esfúmate incordio!!! - le gritó su hermana lanzándole un cojín que tenía a su lado.
Inés entendió que era mejor dejarla sola, tranquila. Cuando dejase de llorar sería una persona más razonable y podrían hablar de lo ocurrido. La pobre se encerró en su habitación muy preocupada por Sonia. Se metió en su cama, y media hora después, oyó como su padre ordenaba a Bruno y a Carlos que se fuesen a dormir. Mientras, su madre entró en la habitación de Sonia dispuesta a hablar con ella. Su madre ya había oído que su hija mayor estaba llorando, pero había preferido esperar un rato a ver si se tranquilizaba.
Como había hecho con Inés, Sonia hecho de su habitación a su madre, y lo mismo con su padre, quien también intentó dialogar con ella.
Finalmente, todos se fueron a dormir. El reloj de pared que había en la habitación de Inés, marcaban las 3:12 h cuando ésta se levantó con ganas de ir al baño. Iba tan dormida que no se dio cuenta de que la luz del cuarto de baño estaba encendida y de que había alguien dentro. Inés abrió la puerta, la cual estaba entornada, y presenció una terrible escena. Su hermana mayor, Sonia, estaba en el cuarto de baño, de pie frente al espejo, mirándose mientras se tocaba con miedo su terrible ojo morado.
Inés no podía creer lo que estaban viendo sus ojos. ¿Cómo se había hecho aquello Sonia? Su hermana era patosa, pero era muy difícil que se hubiese hecho eso ella sola. Inés no sabía que pensar. Le daba vueltas la cabeza.  
Al darse cuenta de que su hermana menor la estaba observando, Sonia se llevó un susto de muerte.
- ¿Qué haces aquí? ¡Vete a la cama! - le ordenó Sonia girándole la cara y fingiendo que ponía bien una toalla, en un intento desesperado de ocultar su ojo.
- ¿Cómo te has hecho eso? - le preguntó Inés seriamente. 
- Déjame en paz niñata. Tan solo me he chocado con una farola. ¡Vete a la cama! - le volvió a ordenar Sonia improvisando su respuesta.
Sonia empujó a Inés hacia fuera y cerró la puerta con pestillo. La pobre Inés estaba muy confusa. Su hermana nunca se había comportado de esa manera con ella. Jamás le había tratado con tanta brusquedad. No entendía nada. Acabó pensando que al igual tenía razón y se había chocado con una farola, así que no le dio más importancia y después de ir al otro baño, volvió a su habitación a dormir.
Pasados unos días, el ojo de Sonia ya estaba casi curado, y ya ningún miembro de la familia le daba importancia al asunto. Inés, por su parte, ya se había arreglado con su madre, y volvía a ser tan despreocupada como antes.
La tarde de un sábado soleado, una cosa similar a la ocurrida hace unos días, volvió a suceder. Esta vez, Sonia volvió a casa sin alteraciones. Intentaba mostrarse alegre delante de los demás, pero Inés se dio cuenta de que estaba fingiendo. Algo le ocurría a Sonia y quería descubrirlo. Por precaución, Inés no le preguntó nada a su hermana. Fue antes de cenar cuando descubrió una parte de lo que había sucedido. Mientras su padre preparaba la cena, Sonia se estaba duchando. Al terminar de ducharse, se dio cuenta de que se había olvidado las zapatillas en su habitación, así que no tuvo más remedio que ponerse una toalla y pedir a alguien que se las trajesen, ya que no quería mojar el pasillo. Justo en ese momento pasaba Inés, y Sonia aprovechó.
- Inés, ¿puedes traerme mis zapatillas por favor? - le pidió Sonia amablemente.
- Claro. ¿Están en tu habitación verdad? - le preguntó Inés sonriendo. Pero su sonrisa se le borró inmediatamente de la cara en cuanto observó la pierna de su hermana. Justo al lado del muslo tenía un gran morado.
- Sí. ¿Qué te ocurre? - le preguntó a Inés al ver que había palidecido.
- ¿Y ese morado? - le preguntó señalándolo con la cabeza y la mirada.
- Ah, esto, es que me he caído en las escaleras mecánicas del centro comercial - dijo Sonia desviando la mirada hacia el suelo e intentando esbozar una pequeña sonrisa.
- Últimamente estás más patosa de lo normal ¿no es cierto? - le preguntó Inés sin creerle ni una sola palabra su hermana mayor.
- Bueno, ¿vas a estar criticándome más tiempo o me vas a traer las zapatillas? - le preguntó Sonia intentando cambiar de tema rápidamente.
- Voy, voy. Tranquila - le contestó Inés mientras se dirigía a la habitación de Sonia.
A Inés todo aquello le empezaba a parecer un poco sospechoso, así que se lo comentó a sus padres. Sus padres también estuvieron de acuerdo en que todo aquello era muy extraño, pero no se atrevían a preguntarle nada a Sonia. Estaba en una difícil edad, diecisiete años, y no sabían cómo debían tratarla. Por eso, dejaron el tema un poco de lado, pero acordaron que vigilarían más a Sonia.
Al domingo siguiente, los padres de Sonia y los padres de Raúl, su novio, quedaron para comer juntos. Se habían hecho muy amigos y se llevaban de maravilla. Raúl, aprovechando que estarían solos, invitó a Sonia a su casa para pasar la tarde juntos viendo una película de ciencia ficción que se había comprado y comiendo palomitas. Los gemelos fueron a una fiesta de cumpleaños de un compañero de clase, y la joven Inés se quedó sola en su casa. En teoría, Sonia tenía que quedarse en casa para cuidar de Inés, pero le había pedido a su hermana pequeña que la dejase ir a casa de Raúl, y que les dijese a su madre y a su padre que se había pasado toda la tarde con ella. Como Sonia le prometió que le compraría un libro que a ella le encantaba, acabó por ayudar a su hermana mayor.
Una vez que todo el mundo se fue, y se quedó sola en casa, Inés puso el televisor, pero lo apagó al ver que no estaban dando nada interesante. Así que fue a la habitación de su hermana y encendió el ordenador, ya que en toda la casa solo tenían ese. Mientras se encendía el viejo ordenador, que tardaba mucho rato en encenderse, se puso a cotillear un poco la habitación de su hermana. Deseaba no volverse como ella cuando tuviese diecisiete años. De verdad que lo deseaba.
- Revistas de moda, pintauñas, brillo de labios, rímel, pendientes, pulseras, anillos, collares, pósters de famosos por toda la pared, corazoncitos dibujados por todas partes… ¡qué asco! ¡Si hasta tiene un diario secreto! - pensó Inés en voz alta.
Inés cogió el diario y observó su decoración. Era de color rosa con un montón de corazones rojos. En la portada, había un gran corazón rojo de terciopelo. Para Inés aquello era una gran chorrada y pérdida de tiempo. La joven observó que de dentro del diario, sobresalía una hoja. Se podía leer que al principio de la hoja ponía: “diario provisional”. Inés dedujo que quizás se le habían terminado las hojas del diario y había escrito su vida en una hoja aparte mientras no tenía diario. La fecha en que había escrito aquello, por lo que leyó Inés, era la misma que el día en que le vio el morado en el muslo a su hermana. Inés tenía un dilema moral. No sabía si leer la hoja o no. Por una parte, no le gustaba ser cotilla. Sería muy rastrero leer el diario de su hermana. Pero por otra parte, quería saber qué es lo que le ocurrió a Sonia. Finalmente, Inés sacó la hoja para leerla. Básicamente se decidió a leerla porque sabía que aquello no lo hacía para cotillear la vida privada de Sonia, sino para descubrir como se había hecho aquel morado y ayudarla si fuese necesario. Inés desplegó la hoja y empezó a leerla.

Diario provisional
Sábado, 7 de mayo de 2005
Querido diario,
Cada día estoy peor. Estoy hecha un lío. No sé qué hacer. El otro día, cuando Raúl me dio aquel puñetazo, sus disculpas me hicieron creer que jamás lo volvería a hacer, pero hoy lo ha vuelto a hacer; me ha dado una fuerte patada en el muslo. Cuando se ha dado cuenta de lo que había hecho, y de que yo estaba llorando, me ha pedido disculpas por su brutalidad y me ha dado un abrazo y un beso en la cabeza. Ya no sé qué pensar. Es que le quiero tanto… No puedo dejar de pensar en él. Él es mi vida, sin él me sentiría tan vacía… El domingo que viene, papá y mamá van a comer con los padres de Raúl, y Raúl me ha propuesto quedar en su casa para ver una película. No estoy segura de que hacer. Tengo miedo de que me vuelva a hacer lo mismo. ¿Qué hago? Creo que lo he decidido. El amor puede más que todo. Seguro que nuestro amor es tan grande que nos hará superar esta pequeña crisis de pareja. Querido diario, te dejo por hoy. Mañana más. ¡Ciao!
Sonia

Inés no podía asimilar lo que acababa de leer. Ahora mismo estaba orgullosa de haber cotilleado el diario de su hermana. No podía creer como había estado tan ciega hasta ahora. Pero ahora tenía que actuar rápido. Su hermana estaba a solas con Raúl. Si no se daba prisa quizás ocurriría una tragedia. Decidió coger la bici para ir, ya que la casa de Raúl no estaba lo que se dice lejos precisamente. Por el camino, cogió su móvil y llamó a su madre.
- Dime cariño, ¿Qué ocurre? - preguntó su madre.
- Mamá, esto es serio. Escúchame atentamente sin decir ni una palabra. Sonia está en peligro ahora mismo - le contó Inés intentando no ponerse nerviosa al hablar para no tartamudear.
-¿Cómo que está en peligro? ¿No está contigo? - le preguntó su madre sin entenderla.
- No. Está en casa de Raúl. Están los dos solos -le contestó Inés.
- ¿En casa de Raúl? ¡Ya verá lo que es bueno cuando llegue a casa! Pero, oye, en casa de Raúl, ¿Por qué iba a estar en peligro? - le preguntó su madre cada vez más desorientada.
- ¡Ese es el problema! ¡Escúchame, que no tenemos tiempo! He leído el diario de Sonia, y en él ponía que el morado del ojo y el del muslo se los ha hecho el miserable de Raúl. Como lo oyes mamá. ¡Raúl es un maltratador! Y Sonia es tan tonta y le quiere tanto que le da igual que le pegue. ¡Ella solo quiere estar con él! ¡Tenemos que ir a casa de Raúl antes de que le pegue la paliza del siglo! Yo voy de camino - explicó Inés de una tirada.
-¿No me estarás hablando en serio verdad? - le preguntó su madre con voz temblorosa.
- ¡Mamá! ¡No se puede bromear con cosas así! - le dijo Inés.
- ¡¡¡¡¡Mi niñaaaa!!!!!!! - gritó su madre antes de colgar. Al menos ahora sabía que su madre le había creído y que junto con su padre, vendrían a ayudar lo más rápidamente posible.
Inés pedaleaba muy fuerte, tanto, que le dolían los pies una barbaridad. Después de unos diez minutos pedaleando, llegó a la casa de Raúl. En ese momento, el coche de sus padres cruzaba la esquina. Dentro estaban sus padres y los de Raúl. Dejaron el coche mal aparcado y bajaron a toda velocidad. Su madre iba llorando de los nervios. Inés se unió al grupo y la madre de Raúl abrió la puerta de su casa. Todo lo que deseaba Inés en aquel momento es no haber llegado demasiado tarde y que su hermana estuviese bien.